Lleva doce años dedicado a catalogar, conservar y estudiar las piezas diseñadas por el modisto
Si alguien conoce bien el mundo de Cristóbal Balenciaga ese es Igor Uria. El jefe de colecciones del museo siente verdadera pasión por el modisto.
– ¿Qué tiene Balenciaga para merecer un museo propio?
– La calidad profesional y humana de Cristóbal Balenciaga lo merece. Llevó la moda a extremos que pueden ser considerados arte, al menos en bastantes de sus piezas. En su obra hay una coherencia. Se le puede comparar con un artista en el que ves una evolución, pero no cambios radicales. Puede chocar ahora, cuando lo que se entiende por moda es cambio constante. Él mantuvo una coherencia y un estilo. Su obra no cambia, sino que crece y se depura. Además: ¿cuántos diseñadores de alta costura tenemos aquí que haya llegado a tan alto nivel?

– ¿Por qué destaca su faceta humana?
– Creo que sería un buen ejemplo para estudiar en una escuela de negocios. Trabajaba la excelencia desde el respeto a sus trabajadores. Era un líder, muy carismático y con una elegancia profesional alucinante. Lo que hoy llamamos responsabilidad social corporativa él ya la tenía. Devolvía a la sociedad parte de sus ganancias. Hay muchas historias como que en temporada baja del taller, en lugar de mandar a las costureras a casa, las ocupaba haciendo cazadoras para los pastores de Igeldo con los restos de tejidos. Aportaba dinero a la iglesia y al ayuntamiento de Getaria. Compró un cinematógrafo para el pueblo de Igeldo. Vivía en París, pero el vínculo con su tierra nunca lo perdió sino que lo cuidó.
– ¿Si el museo fuera un diseño de Balenciaga, qué tipo de traje sería?
– No sería un vestido de cóctel ni de noche, porque no era de fiestas. Sería un conjunto de media tarde. Muy elegante y exquisito, un tejido fantástico con un corte espectacular, pero sencillo, un básico. Un vestido negro con una chaqueta, que es muy básico y muy flexible porque con los complementos sirve para hacer muchas cosas.
– Usted ha visto cómo se concibió el proyecto de este museo y las crisis que se han vivido.
– Sí. Ha habido de todo, pero hemos llegado aquí con mucho bagaje y esfuerzo. Hemos creído en este proyecto y hemos luchado por él. El momento más maravilloso sin duda lo vivimos hace cinco años, con la inauguración. Su concepción fue como un embarazo de alto riesgo, con muchas complicaciones, pero nació y estamos dando nuestros primeros pasos. Creo que vale más el aspecto cualitativo que el cuantitativo: genera una cultura de moda y para eso hace falta calma. Tenemos que ser como era Balenciaga y preguntarnos qué haría él en ciertos momentos.
– ¿Y qué hubiera hecho el modisto en esos momentos críticos, cuando incluso se pensó en cerrar, aunque sea temporalmente?
– No quiero ni pensarlo, aunque creo que hubiera tirado para adelante porque tenía las ideas muy claras y luchaba al máximo por sus proyectos. Respecto a cómo está el museo ahora, pienso que se sentiría contento porque estamos ayudando a que la gente le comprenda con un trabajo educativo.
– ¿Cuáles son los hitos de Balenciaga?
– Para mí, el vestido saco de 1957, que lo adoro, y el vestido de cuatro puntas -la gente lo recordará porque es el que lucía Marisa Berenson, en una de sus fotos míticas- que es de 1967. El corte casi es el mismo, ambos con forma cónica, pero a uno le ha quitado el canesú y eliminado los frunces.
– ¿Todavía se pone nervioso cuando alguien le ofrece una pieza de Balenciaga?
– Sí. Solo pensar que una persona quiera dejarla en el museo me emociona. No importa cuál sea su valor económico, lo importante es su valor conceptual y artístico. Personalmente me enamoran las que vienen de nuestro entorno porque sus propietarios han visto todos los dimes y diretes que ha padecido el museo y siguen confiando, ven que es un proyecto estable y eso significa que hemos hecho un buen trabajo.
– ¿Qué pieza salvaría de un incendio?
– Seguro que me quemaba intentando salvar todas, pero si me obligan a decantarme por una sería el vestido de 1922 que está en la exposición del encaje. Es la muestra clara de que iba a París a comprar, para luego hacerlo aquí. Es una de las cuatro copias autorizadas de Lavaine, que entonces era lo más. También me quedaría con un kimono que regala a su prima Bernardina.
FUENTE: diariovasco.com